Mikel Urrutikoetxea, en sus dos últimas finales en 2015, una contra Olaizola en toda la kantxa y la otra contra Irujo dentro del 4 y ½, se encontró en situaciones opuestas pero en ambas confió en sí mismo y logró llegar a 22. En una ganaba 19-10 y en la otra perdía 10-20. En las dos hubo empate, 19-19 en la primera y 20-20 contra Juan, pero en las dos ganó.
Luchar y confiar
Fueron dos situaciones totalmente diferentes. En las dos traté de buscar el lado positivo. En la final contra Aimar, cuando empatamos a 19, me senté y hablé con mi botillero. Antes de comenzar el partido, comentamos, hubiéramos firmado este tanteo pero, a estas alturas, hay que luchar hasta el último tanto. Salí a la kantxa con esa mentalidad y me fue bien.
En la final contra Irujo, al principio, él jugó una barbaridad. Yo no podía hacerle frente y llegamos a 20-10. Él ganaba. Me senté y miré a mi alrededor. El frontón estaba lleno, sentí a toda esa gente que te acompaña y quise disfrutar de ese momento y darlo todo hasta el final, sin regalarle al rival ni un solo tanto. A Juan le quedaban dos para llegar a 22. Si quería hacerlos tendría que sufrir. Uno a uno empecé a hacerlos yo. Cada tanto que caía a mi favor sentía más confianza y, además, seguía metido en el partido y centrado en lo mío. En todo momento confié en mí mismo, es lo más importante; también saber sufrir hasta el final porque hasta el 22 no termina el partido. Me salió bien, fue como un milagro que pocas veces ocurre cuando te enfrentas a un pelotari como Irujo.
Entrenar, entrenar y entrenar
Es la base de la confianza.
Si pienso en cómo han ido ocurriendo las cosas y cómo he ido forjando la confianza, creo que todo cambió el día que Beroiz y yo les ganamos a Titín y Merino II y nos clasificamos para la liguilla de semifinales. En ese momento pensé que si conseguía jugar bien, podía estar con los de arriba. Era el primer Campeonato de Parejas en el que participaba, el de 2014.
Hasta entonces, en general, me costaba entrar en los partidos, me faltaba seguridad en mí mismo. Había ciertas facetas del juego que no manejaba bien y a la hora de entrar a la pelota, a la hora de entrar de gancho por ejemplo, como tenía miedo a fallar, ni lo intentaba. Tenía miedo también de lo que dijera la gente, miedo de mí mismo. El miedo a fallar me quitaba confianza y en los partidos no jugaba como quería.
Seguí entrenando cada día, físico y técnico. El entrenamiento técnico, es decir, hacer pelota en frontón, es lo que me ha dado más confianza. Entrenaba solo. Horas y horas de ganchos, de boleas, de todo tipo de jugadas. Metí muchas horas, muchas, pero poco a poco empecé a sentirme muy cómodo entrenando, sólo me faltaba trasladar esa sensación al frontón lleno de gente. Era lo más complicado.
Pero los resultados empezaron a mejorar y esos resultados me dieron la seguridad de que podía competir con los grandes. A base de entrenar, entrenar y entrenar he adquirido una confianza que me facilita hoy día el entrar a cualquier pelota sin miedo.